Oficio de Zapatero



Manuel Reyes Amaya




                                Juan Medina ( 1964)

         A lo largo del tiempo los hombres han desarrollado diversas prendas para proteger una parte de su cuerpo tan sensible como los pies, hasta llegar al complejo y seguro calzado actual. Este proceso ha sido constante habiendo sido los zapateros los artesanos que lo han hecho posible.
         El oficio de zapatero al igual que otros muchos de carácter manual hasta hace poco de más de dos siglos era despreciado por las clases sociales que detentaban el poder o se mantenían próximos al mismo y hay que esperar a 1.783 para que por Real Cédula de S.M. y Señores del Consejo "se declara que no sólo el oficio de curtidor, sino también los demás artes y oficios de herrero, sastre, zapatero, carpintero y otros a este modo, son honestos y honrados y que el uso de ellos no envilece la familia, ni la persona del que los ejerce, ni la inhabilitan para obtener los empleos municipales de la República en que estén avecindados los artesanos o menestrales que los ejerciten".

         A pesar de los conocimientos y habilidades que siempre ha requerido la fabricación y reparación de calzado este trabajo no ha tenido la consideración social ni la compensación económica que parece debería corresponderle, lo que no ha sido obstáculo para que el oficio se transmitiera de padres a hijos.

La fabricación

       Los zapateros artesanos básicamente se dedicaban a la fabricación de calzado a medida y gusto del cliente siendo también habituales los trabajos de reparación.
         Para la fabricación de zapatos comenzaba la labor haciendo una plantilla, llamada patrón, para lo que el cliente se descalzaba y apoyaba su pie sobre un papel o cartón a fin de que el zapatero marcara el entorno con un lápiz, tomando a continuación tres medidas. La primera de la zona ancha del pie, entre los dedos, la segunda la más estrecha el entorno del empeine y la última desde la parte trasera del talón al extremo del dedo pulgar, lo que no impedía que observando detenidamente la forma del pie el artesano aumentaba o disminuía alguna de las medidas basándose en su experiencia y conocimiento del oficio.
         El patrón se utilizaba como plantilla para cortar del cuero las piezas que iban a formar el zapato, las encimeras. forro y suela para lo que se empleaba una cuchilla fina, para, posteriormente pegarlas entre sí de forma que se lograse el modelo previamente acordado. En el calzado para hombres se utilizaba un cuero de tipo boscal y el tafilete para el calzado femenino.
         Los trozos cortados se alisaban por su parte inferior utilizando una lija montada sobre una polea de madera accionada por un motor eléctrico, con lo que el cuero quedaba más suave y elástico.
         Posteriormente se procedía a la unión y cosido de las diversas piezas que formaban la parte superior del zapato adaptándole el forro lo que llevaban a cabo mujeres especializadas -las guarnicioneras- que realizaban. este trabajo en su domicilio utilizando máquinas de coser "industriales". Se continuaba el proceso recortando el cuero para la suela lo que requería el uso de la plantilla y una cuchilla gruesa.

         Tras permanecer en agua unos diez minutos se golpeaba con un martillo sobre el "burro", especie de yunque de los zapateros, con lo que adquiría la flexibilidad adecuada.
         Una vez que tenía todos los materiales en su poder unía la parte superior a la suela con unos clavos muy finos quedando el zapato preparado para realizar la primera prueba con el cliente. Si el resultado era satisfactorio se procedía a colocar la suela de forma definitiva y en caso contrario se realizaban las correcciones necesarias.
         Para el cosido final de la parte superior de la suela el zapatero utilizaba la lezna (herramienta compuesta por una aguja fuerte y un mango de madera) con la que hacían los agujeros por los que luego pasaba el hilo necesario para asegurar la sujeción.
         En algunos casos se procedía al cosido de los contrafuertes o refuerzos de cuero en la puntera y en la parte posterior del zapato y finalmente se hacían los agujeros para el paso de los cordones utilizando un sacabocados manual fijándose los ojeteras metálicos mediante una remachadora manual de sobremesa.

Hacia 1.950 los zapateros cobraban unas 90 pesetas por un par de zapatos nuevos lo que subió a. 300 una década más tarde. Pero seguía siendo un oficio mal pagado y según nos dijo un viejo artesano "en ocasiones costaba mucho cobrar los trabajos ya que confiabas en la gente que se llevaba el género y luego no pagaba o simplemente no venía a recoger lo que encargaban.
En la década de los años setenta se aceleró la desaparición de la fabricación de calzado a medida limitándose a las reparaciones y otros trabajos relacionados con el cuero. En 1.982 colocar una suela y un tacón se  cobraba entre 150 a 200 pesetas y en el caso de que únicamente fuera esta última 100 pesetas.


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